Como le explico al viento que de mi cuello ha de colgar un relicario sin dueño ni propietario.
Con qué sentido le objeto a ésta gélida noche de invierno, tan compasiva e ideada, que mi colgante desdibuja aquello que sin más pudiera ser una inocente morada de lo que sin ansiar constantemente termino por ahuyentar.
Porque tu espacio estaba en mi cuello, pendiendo próximo a mi corazón, casi tan adjunto como mis venas a él.
Pero tu frívola descortesía tornaba mi sangre más agria, tu don de suprimir mi alegría con una expresión de apatía mi oscuridad más empañaba.
Mientras el tiempo pasaba tu habilidad de pisotear todo tu entorno se acrecentaba, quizás creías que se expandían las llamas, y posiblemente así sucedía, pero no eran de combustible, oxígeno y calor sino del incendio que incita tu querencia en mi interior.
Te invito a reservar el esfuerzo que sin decir algo más daño no me hace, soy la costumbre del masoquismo, en veces triste y en otras saturada de risas.
Y yo que perpetuamente me proponía no esperar cosa cualquiera de aquél que tanto decía. Porque tratar acertadamente a quien más estimas es amoldarse a ser posiblemente menospreciado cuando de necesitar apoyo se trata.
Sacando conclusiones me quedo, que pase el tiempo o varado permanezca, acepto sin mucho que reprochar que mi alma sin ti no puede sobrevivir.
Eres el antídoto perfecto para darle la razón al desperfecto que lleva a mi relicario de plata a estar tan despejado y deshabitado, tan disponible y tan libre.
Y no le crean al presagio que no estoy enamorada, solo he de necesitar a un ser que vaya más allá de la utopía y poder dedicarle la extensión de mi gargantilla corazonada y… ¡Vaya que es plateada!
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